miércoles, 19 de noviembre de 2008

Nada le es ajeno a Wainraich


Los comienzos periodisticos de Sebastián Wainraich tuvieron lugar en su barrio de origen, Villa Crespo, en la producción de un programa que hablaba sobre Atlanta, el club de fútbol del que se confiesa fanático.

Más tarde el destino lo unió a Fernando Peña y fue durante muchos años productor de su programa de radio "El Parquímetro".

Pero su carrera no se detuvo y se hizo conocido por sus apariciones en tv. Hoy es la cara de Televisión Registrada, un programa que en canal 13 revisa el archivos en clave humorística y protagoniza también el micro Kitch, es sketch bizarro, parte de Duro de Domar.



Pero Wainraich no està dispuesto a abandonar ninguna disciplina, también protagoniza la obra de stand up Comicos y públicó dos libros de cuentos "Estoy cansado de mí" y "Ser feliz me da verguenza".

Sin embargo, reconoce que su gran amor es la radio. Todos los días se lo puede escuchar por 3 horas en Radio Metro, en el programa Metro y medio que conduce con Julieta Pink.

Ahora que ya saben lo que hace, le dejamos para que escuchen sus palabras en una entrevista especialmente producida para el blog por Pablo Hernández.

lunes, 17 de noviembre de 2008

Memoria sin fugas


Escribe Claudio Tamburrini en su libro Pase Libre: “Con los ojos vendados, las sensaciones auditivas fueron las que nos permitieron orientarnos. Logramos deducir que el ferrocarril que se escuchaba era el Sarmiento, porque es el único que tiene ocho vagones”.

Ni uno más ni uno menos. Los ocho golpes dobles que se oían entonces, se siguen escuchando hoy y provocan escalofríos en cada uno de los visitantes que, antes de ir al museo, leyó la obra autobiográfica del filósofo y ex arquero de Almagro que durante la dictadura logró escaparse junto a otros 3 detenidos del centro clandestino Mansión Seré, ubicado en el límite entre las localidades de Castelar e Ituzaingó.

En donde se encontraba el campo de prisioneros, al que los represores llamaban “Atila”, ahora se realizan tareas de excavación arqueológica. A 50 metros de allí está la Casa de la Memoria y la Vida, donde funciona el museo que se inauguró el 1ro de Julio de 2000.

Es una casita blanca de dos plantas, bastante pequeña, que en sus paredes recuerda los rostros de cada uno de los hombres y mujeres que estuvieron allí cautivos. Cerca de la entrada, un panel muestra un enorme mapa de Argentina en el que fueron marcados con puntos rojos los lugares donde funcionaron centros clandestinos de detención. Es impactante ver como en algunas zonas, las de mayor desarrollo industrial, las marcas son tantas que parecen un solo gran punto. El museo también ofrece el relato de la historia del lugar –contada por medio de placas a lo largo de la casa-, películas documentales sobre el Proceso y visitas guiadas a la excavación.

Pero lo más llamativo que observa el visitante es una colcha anudada que cuelga desde una ventana del primer piso. Simboliza la fuga que el 24 de marzo de 1978 obligó a las Fuerzas Armadas a demoler e incendiar abruptamente la Mansión Seré, para intentar borrar todo rastro de lo que allí ocurría.

“Con un tornillito de una de las camas, usado como llave cruz, abrimos una de las ventanas”, relata Tamburrini en su libro, y agrega: “Calculamos todo con precisión de desesperados: el horario de los cambios de guardia, la fecha en que lo haríamos, la altura de la casa...”

Cinco metros había entre el final de las colchas y el suelo. Se colgaron y se dejaron caer –tenían aproximadamente unos diez minutos entre la salida de un guardia y la llegada de otro-. Saltaron la cerca que custodiaba el predio y comenzaron a correr. “Desorientados, atemorizados, esposados y desnudos, nuestra imagen debió ser desoladora”, recuerda en sus líneas Tamburrini.

El sonido de los silbatos y las sirenas indicaba que los captores habían descubierto la fuga, por lo que nuestros prófugos decidieron dejar de huir y buscar un lugar donde esconderse. Tamburrini se ocultó en el jardín de una casa, mientras que sus tres compañeros, Daniel Rusomano, Guillermo Fernández y Carlos García, se acurrucaron en una obra en construcción. Ya en esos momentos habían comenzado a rastrearlos con helicópteros que lanzaban haces de luz por todos lados. Era cuestión de tiempo para que los vean. "Pero una bendita tormenta eléctrica los disuadió y pudimos escapar”, respira el autor del libro.

En la excavación se observan los cimientos de los muros que alguna vez marcaron el contorno de la mansión, un palacete de estilo francés construido por los herederos del inmigrante vasco Juan Seré a principios del siglo XX. También se ven claramente las marcas de la demolición y del incendio que tuvieron lugar allí. Pero la mirada de los visitantes se centra en la pared de uno de los sótanos, en la que unas grandes y oxidadas arandelas metálicas y algunas pintadas difusas recuerdan que esa película de terror que se contó en la pequeña casa blanca ocurrió realmente.

El relato de Antonella Di Vruno, una de las arqueólogas que guían el recorrido en la excavación, se interrumpe por el sonido de ocho vagones que se acercan a la estación Castelar de la ex línea Sarmiento. El silencio se prolonga por unos cuantos segundos. Una ráfaga de viento coquetea con la colcha que cuelga de la ventana del museo y hacia allí apuntan entonces los ojos de los visitantes. El tren se aleja y Antonella vuelve a su relato. Pero las palabras sobran. La historia ya ha sido contada.